«A su alrededor, espantado, el presbítero escucha el clac, clac,
clac, de innumerables navajas que se abren. Cachicuernas albaceteñas de
siete muelles, con hojas de entre uno y dos palmos de longitud, que los
hombres sacan de las fajas, de los bolsillos, de bajo los capotes y las
chaquetas, y con ellas en las manos se lanzan ciegos, gritando
encolerizados, al encuentro de los jinetes que avanzan.
—¡Viva España y viva el rey!... ¡A ellos!... ¡A ellos!
El choque es brutal, de un salvajismo nunca visto, destripando a los caballos que caen patas al
aire coceando sus propias entrañas.
—¡A ellos!... ¡Que no quede moro vivo!»
Fragmento de Un día de cólera de Arturo Pérez-Reverte
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